Su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones: "Mujer dando la espalda" 1994, "Newariariame" en1996, "Desierta memoria" en 1997, "Todo antes de la noche" en 2000, "7 visiones" en 2004 y "Nombrar en vano" en 2004.
Entre los premios obtenidos sobresalen el Premio Efraín Huerta 1996 y el premio Gonzalo Rojas en el año 2000.
Es antóloga y traductora de Roberto Carini, Alda Merini y Charles Wright, entre otros. Publicó recientemente una antología
traducida de poetas norteamericanos, en colaboración con Harold Bloom.
Reside actualmente en en EE.UU.
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Estancias
Oscuridad
del mar en el que habito,
oscuridad, niebla,
mar
y furia en este vuelo,
oscuridad
y ni gaviota lejana,
ni certeza…
sólo pasos de muerto en mar abierto.
Jeannette L. Clariond
Oscuridad
del mar en el que habito,
oscuridad, niebla,
mar
y furia en este vuelo,
oscuridad
y ni gaviota lejana,
ni certeza…
sólo pasos de muerto en mar abierto.
Jeannette L. Clariond
In requiem
Estoy cansada de amar, y de vivir,
y de morir.
Estoy cansada de pensar que amo, y que vivo,
y que muero.
Quiero salir del mundo
y entrar en mi casa.
Estoy cansada de vivir la orilla del amor.
Busco la cercanía del pez,
sus grandes ojos subterráneos.
Mis manos recorrerán su cuerpo,
hablaremos en burbujas,
óvalos serán nuestros besos.
Comeremos, dormiremos, nos abrazaremos al fondo
de las rocas.
Pero no basta ser pez. Oro en el ojo.
Es origen dar pasos en la niebla,
caminar la tempestad
y ropas y cabellos y cuerpos
se deslían, silentes, en la imagen.
Jeannette L. Clariond
Estoy cansada de amar, y de vivir,
y de morir.
Estoy cansada de pensar que amo, y que vivo,
y que muero.
Quiero salir del mundo
y entrar en mi casa.
Estoy cansada de vivir la orilla del amor.
Busco la cercanía del pez,
sus grandes ojos subterráneos.
Mis manos recorrerán su cuerpo,
hablaremos en burbujas,
óvalos serán nuestros besos.
Comeremos, dormiremos, nos abrazaremos al fondo
de las rocas.
Pero no basta ser pez. Oro en el ojo.
Es origen dar pasos en la niebla,
caminar la tempestad
y ropas y cabellos y cuerpos
se deslían, silentes, en la imagen.
Jeannette L. Clariond
Niebla
I
Breve sustancia la niebla,
su clarísimo carbón, su pátina de viento…
la tierra apenas humedece
la piedra circular donde manan antiguos destellos,
el néctar petrificado,
cristales de este invierno;
y en generosa calma
buscar entre menudos giros
otoño adentro
los recuerdos
cuando todo es cascada acreciendo su abandono.
II
Bajo el murmullo de los álamos
la voz, ese leve impulso
contra el cielo,
un surco de gaviotas,
ese mar entero
de brazos que extienden su corazón de nuez,
horas de este invierno
como un tigre,
su callada resurrección entre sombras,
la vida,
recordarás la vida,
breve sustancia, voz,
lámpara que es niebla
ante el espejo.
III
Todo olvido guarda una luz,
un nombre cada fotografía,
un año cada árbol;
dorada en semillas, de grisácea arcada,
la oropéndola teje su nido.
Las nocturnas copas de los árboles
son nuestras. Nos hundimos
y no basta llegar a la raíz;
ese perderse entre sus copas subterráneas
es la voz, incierta y estrecha
apenas arde;
hora del comienzo y el fin,
suma de moradas bajo la luz de los olvidos.
IV
Sobre lajas se fija el resplandor
de un cielo rasgado,
y en la inmensidad
íntima de los bosques,
aquella edad del que nada sabía,
abierta a la luz de los deseos.
Pero la niebla ciega cualquier señal.
Ocre de raíz a río
la forma devanada de la noche,
su aliento apenas audible:
voz incierta,
apenas arde,
álamo distante
que flota en el seno de este sueño.
V
Nada queda,
sólo esa sensación de carne que se desmorona
en un paisaje de invierno.
Porque fuego es presagio de hielo,
desnudez de ángel, opreso laberinto,
ausencia
con dedos de sangre dibujada.
VI
Ligera, se va perdiendo entre los álamos
segura de su luz,
aroma de agua quieta;
en lo fugaz
del arrullo primero
la leve coincidencia.
Sólo una noche basta para alumbrar
el lento ascenso
en tenue pulso que retorna.
Dentro del hálito la quietud, su deseo
estalla
sin dispersar fragmentos.
Desde la raíz, entera, la frágil voz regresa.
VII
Todo aguarda tras el ventanal: el estero,
los ánsares, este sentir apenas el reflejo
porque oblicua nace la sombra,
la conjunción que cierra la niebla,
esa materia finísima del sueño,
su naciente verdad que llama desde lo hondo,
la desierta memoria que germina.
Jeannette L. Clariond
I
Breve sustancia la niebla,
su clarísimo carbón, su pátina de viento…
la tierra apenas humedece
la piedra circular donde manan antiguos destellos,
el néctar petrificado,
cristales de este invierno;
y en generosa calma
buscar entre menudos giros
otoño adentro
los recuerdos
cuando todo es cascada acreciendo su abandono.
II
Bajo el murmullo de los álamos
la voz, ese leve impulso
contra el cielo,
un surco de gaviotas,
ese mar entero
de brazos que extienden su corazón de nuez,
horas de este invierno
como un tigre,
su callada resurrección entre sombras,
la vida,
recordarás la vida,
breve sustancia, voz,
lámpara que es niebla
ante el espejo.
III
Todo olvido guarda una luz,
un nombre cada fotografía,
un año cada árbol;
dorada en semillas, de grisácea arcada,
la oropéndola teje su nido.
Las nocturnas copas de los árboles
son nuestras. Nos hundimos
y no basta llegar a la raíz;
ese perderse entre sus copas subterráneas
es la voz, incierta y estrecha
apenas arde;
hora del comienzo y el fin,
suma de moradas bajo la luz de los olvidos.
IV
Sobre lajas se fija el resplandor
de un cielo rasgado,
y en la inmensidad
íntima de los bosques,
aquella edad del que nada sabía,
abierta a la luz de los deseos.
Pero la niebla ciega cualquier señal.
Ocre de raíz a río
la forma devanada de la noche,
su aliento apenas audible:
voz incierta,
apenas arde,
álamo distante
que flota en el seno de este sueño.
V
Nada queda,
sólo esa sensación de carne que se desmorona
en un paisaje de invierno.
Porque fuego es presagio de hielo,
desnudez de ángel, opreso laberinto,
ausencia
con dedos de sangre dibujada.
VI
Ligera, se va perdiendo entre los álamos
segura de su luz,
aroma de agua quieta;
en lo fugaz
del arrullo primero
la leve coincidencia.
Sólo una noche basta para alumbrar
el lento ascenso
en tenue pulso que retorna.
Dentro del hálito la quietud, su deseo
estalla
sin dispersar fragmentos.
Desde la raíz, entera, la frágil voz regresa.
VII
Todo aguarda tras el ventanal: el estero,
los ánsares, este sentir apenas el reflejo
porque oblicua nace la sombra,
la conjunción que cierra la niebla,
esa materia finísima del sueño,
su naciente verdad que llama desde lo hondo,
la desierta memoria que germina.
Jeannette L. Clariond
Ruinas
La luz es sólo apariencia de la luz...
Acaso viento,
derrumbe.
La antigua ciudad
ya reposa bajo el agua.
Jeannette L. Clariond
La luz es sólo apariencia de la luz...
Acaso viento,
derrumbe.
La antigua ciudad
ya reposa bajo el agua.
Jeannette L. Clariond
Sed
Ser luz que alumbra tordos entre las hojas,
sol penetrando la abierta llaga,
niebla que transforma el destino de tu sueño,
desolación de faro,
gaviota sedienta
que se aleja cuando la lluvia.
Jeannette L. Clariond
Ser luz que alumbra tordos entre las hojas,
sol penetrando la abierta llaga,
niebla que transforma el destino de tu sueño,
desolación de faro,
gaviota sedienta
que se aleja cuando la lluvia.
Jeannette L. Clariond
Todo antes de la noche
El viento
desmoronaba el barro,
vértigo, dolor era ese viento
en su descenso:
el encuentro
con la primera voz:
la muerte.
El muro de raíz sedienta
rasga cielos
de aquella hora.
De nuevo brotarán
salmos
palabras destejiendo
sobre el espejo.
Apenas el agua circundó la tierra
en su centro
se abrieron cavidades:
el viento devoró las copas de los cedros,
los nidos, el rostro de aquella voz.
Creer, crear la oración
que nombre su presencia,
el misterio
de su alma desprendida.
Cielo esta boca, hojas
la orilla,
el río congelado
y la tierra del recuerdo
evaporando
su fragmento de piel.
Mi ser,
mi ser errante,
mi ser,
miseria entrando,
mi ser
silueta.
Lo que no fui, siendo
afina su sombra.
Ceguera: ahí estarás.
Desde lo hondo
al viento
la dispersa ruina.
Morir, morir dentro
del árbol
al aire y lumbre
florecido.
Hija del hambre,
tus pasos segará
la pétrea luna.
Voces, voces distantes,
espejos,
palabras piedra:
Todo antes de la noche.
Hay una luz
en su aliento
de árbol,
pájaros
de aquella tarde
en fuego revestida
sobre los huertos.
Luz
el aliento del árbol.
Pájaros,
hombres,
en esa estancia herida.
Amar la luz
de aquella nube de ceniza,
los once túneles,
las huellas de las bestias,
caminos que entre las humaredas
caen del cielo.
Tierra dispersa de semilla,
guarda la salvación,
el silencio en la piedra,
la mirada del río en su sollozo.
Tierra dispersa de ceniza,
guarda la salvación,
ama la luz de aquella nube,
los límites,
el alba.
Van los hombres y las cosas
hacia la estancia primera.
La travesía es la voz.
Del monzón de arenas
emerge lo olvidado,
el polvo se levanta
en pequeños círculos.
Van a la entrada
del silencio.
A lo largo
la quietud,
la sagrada quietud
del sueño que los sueña.
Jeannette L. Clariond
El viento
desmoronaba el barro,
vértigo, dolor era ese viento
en su descenso:
el encuentro
con la primera voz:
la muerte.
El muro de raíz sedienta
rasga cielos
de aquella hora.
De nuevo brotarán
salmos
palabras destejiendo
sobre el espejo.
Apenas el agua circundó la tierra
en su centro
se abrieron cavidades:
el viento devoró las copas de los cedros,
los nidos, el rostro de aquella voz.
Creer, crear la oración
que nombre su presencia,
el misterio
de su alma desprendida.
Cielo esta boca, hojas
la orilla,
el río congelado
y la tierra del recuerdo
evaporando
su fragmento de piel.
Mi ser,
mi ser errante,
mi ser,
miseria entrando,
mi ser
silueta.
Lo que no fui, siendo
afina su sombra.
Ceguera: ahí estarás.
Desde lo hondo
al viento
la dispersa ruina.
Morir, morir dentro
del árbol
al aire y lumbre
florecido.
Hija del hambre,
tus pasos segará
la pétrea luna.
Voces, voces distantes,
espejos,
palabras piedra:
Todo antes de la noche.
Hay una luz
en su aliento
de árbol,
pájaros
de aquella tarde
en fuego revestida
sobre los huertos.
Luz
el aliento del árbol.
Pájaros,
hombres,
en esa estancia herida.
Amar la luz
de aquella nube de ceniza,
los once túneles,
las huellas de las bestias,
caminos que entre las humaredas
caen del cielo.
Tierra dispersa de semilla,
guarda la salvación,
el silencio en la piedra,
la mirada del río en su sollozo.
Tierra dispersa de ceniza,
guarda la salvación,
ama la luz de aquella nube,
los límites,
el alba.
Van los hombres y las cosas
hacia la estancia primera.
La travesía es la voz.
Del monzón de arenas
emerge lo olvidado,
el polvo se levanta
en pequeños círculos.
Van a la entrada
del silencio.
A lo largo
la quietud,
la sagrada quietud
del sueño que los sueña.
Jeannette L. Clariond
TORMENTA EN MARZO
Frío el viento silbaba en la lucera
y afuera
la ventisca borraba los edificios, los cables,
el brillo metal de los portones.
Recorrí Madison y Park como quien lee un libro vacío.
Seguro Emily hubiera gritado Dios y en la blancura invocaría a Blake
con ardor de tigre nocturno: Qué mano, qué ojo inmortal.
Empañados cuerpos blancos,
bufandas a rayas,
tiesas gotas de vaho, era mi incertidumbre.En Central Park una espiral de perros lanudos
y el viejo sujetaba sus brazos contra el viento.
Desnudas mujeres como maniquíes adornan las vitrinas.
Una de ellas, ahí, mostrándome sus senos.
Lajas de frío caen sobre mis huesos.
The New York Times anuncia un concierto en Carnegie Hall,
aguardo en la fila, jóvenes y veteranos sacuden la nieve de sus botas
en un domingo de única función.
Sonata para piano de Alban Berg. El último brindis.
Hubiera deseado que la música no cesara jamás.
Después Shöenberg. Con el índice seguí las líneas en alemán:
¿Y Rilke? “Ninguna cosa es ella misma.” Y la nieve, siempre la nieve.
Al término pregunto por algún restaurán. En la puerta un cartel:
“Private Party”.
De nuevo el viento heló mi cara,
disonancias como secos esqueletos de pájaros.
Alguien desde su ventana habría visto la caída.
Voces, el pianoforte, la agitada exhalación en la butaca vecina.
Rumbo al hotel un hombre triza el hielo a la entrada de un garage.
Temprano un Mercedes tomará la misma ruta sin enlodarse.
Después de todo, para qué cambiar su destino; sólo ha caído
una tormenta de nieve en Nueva York.
Marzo 10 / 2006 / NY
Frío el viento silbaba en la lucera
y afuera
la ventisca borraba los edificios, los cables,
el brillo metal de los portones.
Recorrí Madison y Park como quien lee un libro vacío.
Seguro Emily hubiera gritado Dios y en la blancura invocaría a Blake
con ardor de tigre nocturno: Qué mano, qué ojo inmortal.
Empañados cuerpos blancos,
bufandas a rayas,
tiesas gotas de vaho, era mi incertidumbre.En Central Park una espiral de perros lanudos
y el viejo sujetaba sus brazos contra el viento.
Desnudas mujeres como maniquíes adornan las vitrinas.
Una de ellas, ahí, mostrándome sus senos.
Lajas de frío caen sobre mis huesos.
The New York Times anuncia un concierto en Carnegie Hall,
aguardo en la fila, jóvenes y veteranos sacuden la nieve de sus botas
en un domingo de única función.
Sonata para piano de Alban Berg. El último brindis.
Hubiera deseado que la música no cesara jamás.
Después Shöenberg. Con el índice seguí las líneas en alemán:
¿Y Rilke? “Ninguna cosa es ella misma.” Y la nieve, siempre la nieve.
Al término pregunto por algún restaurán. En la puerta un cartel:
“Private Party”.
De nuevo el viento heló mi cara,
disonancias como secos esqueletos de pájaros.
Alguien desde su ventana habría visto la caída.
Voces, el pianoforte, la agitada exhalación en la butaca vecina.
Rumbo al hotel un hombre triza el hielo a la entrada de un garage.
Temprano un Mercedes tomará la misma ruta sin enlodarse.
Después de todo, para qué cambiar su destino; sólo ha caído
una tormenta de nieve en Nueva York.
Marzo 10 / 2006 / NY
Jeannette L. Clariond
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