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martes, 25 de mayo de 2010

Ángela Figuera Aymerich

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Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902 - Madrid, 1984)
Poeta española nacida en Bilbao. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, siendo Catedrática de Lengua y Literatura en los Institutos de Huelva, Alcoy y Murcia, y trabajando en la Biblioteca Nacional.

Se inició en la poesía dentro de una línea que puede considerarse heredera de Antonio Machado por su apego a lo cotidiano y paisajístico. En 1932 se casa con Julio Figuera y en 1935 da a luz a un niño que muere al poco tiempo de nacer (maternidad y ternura son constantes temáticas en su obra).

Al desatarse la guerra, su esposo se alista en las milicias republicanas. Ángela, embarazada de nuevo, conocerá entonces lo que describió como “la muerte en torrentera”, primero en el Madrid asediado por los golpistas, donde nace su hijo Juan Ramón, luego en Valencia. La derrota de la República trae consigo la de sus defensores, privados de sus titulaciones académicas, empleos, bienes. Perseguidos por los vencedores, el conjunto de la familia Figuera decide trasladarse a Madrid, donde pasarán más desapercibidos y, tal vez, podrán encontrar trabajo. Mientras la situación se normaliza, Ángela y su hijo se trasladan a Soria donde, de alguna manera, la escritora reencuentra la paz, el paraíso perdido, y la realización de muchos de sus anhelos juveniles.

Todos estos son datos son esenciales para la comprensión de algunas de las constantes poéticas de Ángela Figuera. Hay que decir también que la poetisa escribía casi desde su infancia, poemas de corte modernista, imitativos según su propia definición, que rara vez han sido publicados y de los que apenas se conservan los recogidos en un cuaderno inédito.


La preocupación por el mundo femenino constituyó una de las marcas temáticas de su obra: llevó a su quehacer poético el mundo de la esposa y madre de familia que era, aunque alejándose de tópicos e idealizaciones. Sus dos primeros libros se incluyen en esta etapa y son Mujer de barro (1948) y Soria pura (1949), se trata de dos obras intimistas en las que se refleja la mujer que vuelve a ser feliz tras tanta muerte y desastre, la persona realizada en el ámbito familiar y en el amor, aunque ambos libros en aquél momento, fueros censurados por "exceso de sensualidad", siguió su carrera literaria.

Posteriormente, la influencia de Gabriel Celaya llevó a Ángela Figuera a la poesía social, en la
que se inscribirá el resto de su obra, desde Las cosas como son (1950), pasando por títulos como Vencida por el ángel (1951), El grito inútil (1952), Los días duros (1953) y Belleza cruel (1958).

Este último mereció un prólogo elogioso de León Felipe. Su última obra en esa línea fue Toco la tierra. Letanías, publicada en 1962, cuando la poesía social empezaba a agotarse. Con posterioridad publicó dos poemarios para niños: Cuentos tontos para niños listos (1979) y Canciones para todo el año (1984). Dos años después de su muerte se publicaron sus Obras completas.

Belleza cruel es, sin duda, su libro más conocido. En él, asfixiada por los estrechos límites marcados por el franquismo, recoge una serie de poemas rabiosos y críticos que la censura no habría permitido publicar. Por este motivo remitió la obra a unos amigos residentes en México quienes la presentaron al Premio de Poesía Nueva España, impulsado por la Unión de Intelectuales en el exilio.

El libro gana el premio y es editado con un prólogo realmente histórico de León Felipe en el cual se retracta de anteriores opiniones, reconociendo la existencia de una importante nueva generación de escritores y escritoras en la Península.

Con Toco la tierra llega sin embargo el cansancio, el agotamiento de la escritora que comprende lo reiterativo de sus llamadas a transformar la vida. Este libro llevará un subtítulo elocuente para definir ese estado de ánimo, “Letanías”. Y se produce un fenómeno que se ha repetido muchas veces en la crítica literaria dirigida a escritoras. El libro es acogido con bastante frialdad y son varios los comentarios que se ceban, sin demasiado motivo, en estos poemas, aludiendo a ese repetirse en las ideas. Da la impresión de que cuando la obra criticada pertenece a una mujer las opiniones pueden ser mucho más agresivas. A partir de este momento se produce la progresiva retirada de Ángela Figuera del panorama literario. Sólo algunos poemas sueltos, los Cuentos tontos para niños listos (1980) y la póstuma Canciones para todo el año (1984) rompen un silencio cada vez más espeso. Y se produce otro fenómeno característico también a la hora de valorar la literatura
escrita por mujeres: su rápido e inmerecido olvido.

Ángela fallece en Madrid, en 1984. La noticia tendrá un muy escaso eco. A partir de ese momento su esposo Julio inicia una labor incansable hasta su muerte en 1994, tratando de que la obra de la poetisa no caiga en el olvido. Como resultado en parte de esa labor, en 1986, la editorial Hiperión publica la primera edición de sus Obras completas.

En la poesía de Ángela encontramos la voz de una mujer sincera, consciente de su papel y de su función, que escribe para que le entiendan, que desea llegar a sus lectores, una mujer ubicada en una auténtica encrucijada de caminos: vasca en Madrid, generacionalmente entroncada con el 27 pero que conecta con los poetas de la posguerra, antifranquista, escritora en un mundo dominado por hombres, madre, a la vez temprana lectora de Simone de Beauvoir y defensora del papel social de la mujer, sin definirse por ello feminista, una escritora que intentó siempre construir puentes entre muy distintas sensibilidades artísticas, culturales, políticas... En torno a ella convergen nombres tan diversos como Pablo Neruda, Gabriel Aresti, Blas de Otero, Gerardo Diego, Antonio Buero Vallejo... Ángela Figuera se constituye en los años 50, además, como una auténtica bisagra entre los círculos culturales vascos y madrileños. Por todo ello no debemos, no podemos olvidarla.

Junto a Blas de Otero y Gabriel Celaya, formó parte del Triunvirato Vasco de la poesía de posguerra.

Necesitamos de Ángela Figuera.
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Escrito de León Felipe dirigido a Ángela Figuera Aymerich



Información obtenida de:

- redescolar.ilce.edu.mx
- Don Jose Ramón Zabala en http://angelafigueraaymerich.gipuzkoakultura.net/




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Suave, pausada, tierna, transparente,
como un cristal flexible, dulce el tacto.

El sol es un redondo albaricoque
limpio y maduro, con sabor y zumo,
sobre la porcelana de la tarde.

¡Qué rostro delicado de Narciso
inclina el cielo sobre el agua lenta!

Esas menudas nubecillas tienen
mejillas sonrosadas, como niños.

Plata sin brillo y verde sin violencia
las vacilantes hojas de los álamos.

Frente al medido vuelo de las aves,
mi vida se remansa: que no sufra
el pecho inmóvil de la tierra blanda
bajo mis pasos; que mis manos, quietas,
no pongan roces en el aire tibio;
que no rayen mis ojos
ese pulido esmalte de las cosas.

Respiraré el aliento de la tarde,
sola, sin voz: que acaso las palabras
lastimen el purísimo silencio.

poesía de Ángela Figuera Aymerich
Todos los derechos reservadosfotografía de María J. Leza, atardecer en San Sebastián ©



BELLEZA CRUEL

Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.

Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.

Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.

Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.

Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.

Ángela Figuera Aymerich



BOMBARDEO

Yo no iba sola entonces. Iba llena
de ti y de mí. Colmada, verdecida,
me erguía como grávida montaña
de tierra fértil donde la simiente
se esponja y apresura para el brote.
Era mi carne, tensa y ahuecada,
nido cerrado que abrigaba el vuelo
de un ala sin plumón y con grillete:
casi cristal y casi sueño. Tierna.

Iba llena de gracia por los días
desde la anunciación hasta la rosa.
Pero ellos no podían, ciego, brutos,
respetar el portento.
Rugieron. Embistieron encrespados.
Lanzaron sobre mí y mi contenido
un huracán de rayos y metralla.

Del más bello horizonte, del más puro
cielo de otoño vomitaron lluvia
de ciegos mecanismos destructores
que desataban sobre el cauce seco
del callejero asfalto sorprendido
los ríos de la sangre.

(...) Noches de sueño incierto, triturado
por la tremenda sinfonía
del frente en erupción y los caballos
del miedo galopando en explosivos.

Y la sangre con hambre que se exprime
hasta la última esencia
para nutrir al hijo sazonándose.

Y la desnuda soledad del cuerpo,
desorientado, desgajado en vivo
del cuerpo del amante.

Aquellas noches del pavor sin luces,
apelmazadas de odios y de ruinas,
yo te esperaba. Me llegaste a veces.
Del último bisel de la tragedia,
del borde mismo de la hirviente sima
venías hasta mí. Me contemplabas
con unos ojos llenos de agua sucia
donde asomaban rostros de cadáveres.
Ojos que procuraban ser risueños
y mansos al pasar por mi figura
y acariciar con luces de esperanza
la curva de mi vientre.

¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa,
con qué vibrar de nervios y raíces
nos quisimos entonces!

Yacíamos unidos, sin lujuria,
absortos en el hondo tableteo
de nuestros corazones. Escuchando
de vez en vez el tímido latido
del otro corazón encarcelado
que ya, para nosotros, gorjeaba.
Yo sonreía señalando el sitio
en que un talón menudo percutía
mis íntimas paredes en un ansia
gozosa de correr por los senderos
apenas presentidos.

Y, en medio del olvido refrescante,
en lo mejor del conseguido sueño,
surgía denso, alucinante, bronco,
el bélico zumbar de la escuadrilla.
Bramando, sacudiendo, despeñándose,
atropellándose los ecos
iban las explosiones avanzando,
cada vez más cercanas,
hasta que, al fin, la muerte en torrentera,
en avalancha loca, trascurría
sobre nuestras cabezas sin refugio.

Entonces tú, imperioso, dominante,
con un impulso elemental de macho
que guarda la nidada, con un gesto
ardiente y violento como el acto
de la amorosa posesión, cubrías
mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
haciendo de tus largos huesos duros,
de tu apretada carne exacerbada,
un ilusorio escudo indestructible
para el hijo y la madre.

Así, unidas las bocas, trasvasándonos
el tembloroso aliento, diluidos
en éxtasis de espanto y de delicia,
las almas contraídas, esperábamos...

No. Nunca nos quisimos como entonces.

Ángela Figuera Aymerich



CAÑAVERAL

Entre las cañas tendida;
sola y perdida en las cañas.

¿Quién me cerraba los ojos,
que, solos, se me cerraban?

¿Quién me sorbía en los labios
zumo de miel sin palabras?

¿Quién me derribó y me tuvo
sola y perdida en las cañas?

¿Quién me apuñaló con besos
el ave de la garganta?

¿Quién me estremeció los senos
con tacto de tierra y ascua?

¿Qué toro embistió en el ruedo
de mi cintura cerrada?

¿Quién me esponjó las caderas
con levadura de ansias?

¿Qué piedra de eternidad
me hincaron en las entrañas?

¿Quién me desató la sangre
que así se me derramaba?

...Aquella tarde de Julio,
sola y perdida en las cañas.

Ángela Figuera Aymerich

 
COLINA

Ola cuajada en la piedra
con espuma de romero,
hasta tu desnuda cima
me has levantado sin vuelo.
Sobre tu lomo clavada
-mástil sin vela en el viento-
de un horizonte redondo
soy matemático centro.
Ocres, amarillos, verdes,
me enredan los pensamientos...
-pinos, tierra; tierra, pinos;
Duero, chopos; chopos, Duero-.
El aire me hace sorber
tragos de frío silencio.
El péndulo de la tarde
me bate lento en el pecho.
El grito de un ave avanza,
hélice de agudo acero:
manos y boca me sangran
sólo de intentar cogerlo.

Ángela Figuera Aymerich

 

CUANDO NACE UN HOMBRE...

Cuando nace un hombre
siempre es amanecer aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.

Cuando nace un hombre
hay un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.

Cuando nace un hombre
florecen rosas imprevistas
en el jarrón de la consola
y aquellos pájaros bordados
en los cojines de la sala
silban y cantan como locos.

Cuando nace un hombre
todos los muertos de su sangre
llegan a verle y se comprueban
en el contorno de su boca.

Cuando nace un hombre
hay una estrella detenida
al mismo borde del tejado
y en un lejano monte o risco
brota un hilillo de agua nueva.

Cuando nace un hombre
todas las madres de este mundo
sienten calor en su regazo
y hasta los labios de las vírgenes
llega un sabor a miel y a beso.

Cuando nace un hombre
de los varones brotan chispas,
los viejos ponen ojos graves
y los muchachos atestiguan
el fuego alegre de sus venas.

Cuando nace un hombre
todos tenemos un hermano.

Ángela Figuera Aymerich


NO QUIERO

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.

No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.

No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...

Ángela Figuera Aymerich


SIN LLAVE

Me tienes y soy tuya. Tan cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!...

Tú me dices a veces que me encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota... Y tú quisieras tuya
la llave del misterio...

Si no la tiene nadie... No hay llave. Ni yo misma,
¡ni yo misma la tengo!

Ángela Figuera Aymerich


CULPA

Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.

Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.

Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.

Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.

Ángela Figuera Aymerich
DESTINO

Vaso me hiciste, hermético alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.

«Hágase en mí», repuse. Y te bendije
con labios obedientes al destino.

¿Por qué, después, me robas y defraudas?

Libre el varón camina por los días.
Sus recias piernas nunca soportaron
esa tremenda gravidez del fruto.

Liso y escueto entre ágiles caderas
su vientre no conoce pesadumbre.

Sólo un instante, furia y goce, olvida
por mí su altiva soledad de macho;
libérase a sí mismo y me encadena
al ritmo y servidumbre de la especie.

Cuán hondamente exprimo, laborando
con células y fibras, con mis órganos
más íntimos, vitales dulcedumbres
de mi profundo ser, día tras día.

Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle
hijo del Hombre cuando, fieramente,
con decisiva urgencia me desgarra
para moverse vivo entre las cosas?
Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
Saben a mí sus lágrimas primeras.
su risa es aprendida de mis labios.
y esa humedad caliente que lo envuelve
es la temperatura de mi entraña.

¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?
¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
como amputado miembro, como rama
desconectada del nutricio tronco?

En vano mi ternura lo persigue
queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
Alto se yergue. duro se condensa.
Su frente sobrepasa mi estatura,
y ese pulido azul de sus pupilas
que en un rincón de mí cuajó su brillo
me mira desde lejos, olvidando.

Apenas sí las yemas de mis dedos
aciertan a seguir por sus mejillas
aquella suave curva que, al beberme,
formaba con la curva de mis senos
dulcísima tangencia.

Ángela Figuera Aymerich
DURAR

Yo pasaré y apenas habré sido,
-frágil destino de mi pobre arcilla-.

Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.

Ángela Figuera Aymerich


ÉXODO

Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.

Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.

Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.

Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.

Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.

Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.

Ángela Figuera Aymerich


LA OTRA ORILLA

A la orilla del río, en una orilla,
miro la otra: juncos, hierva suave,
troncos erguidos, ramas en el viento,
cielo profundo, vuelos desiguales...

¿Y esta orilla?... Mirarla, verla, verme,
estando aquí y allí; completa, ubicua...

Cuando te miro, amado -amor en medio-
también quisiera estar en la otra orilla.

Ángela Figuera Aymerich
NADIE SABE

Abre tus ojos anchos al asombro
cada mañana nueva y acompasa
en místico silencio tu latido
porque un día comienza su voluta
y nadie sabe nada de los días
que se nos dan y luego se deshacen
en polvo y sombra. Nadie sabe nada.

Pisa la tierra. Vierte la simiente.
Coge la flor y el fruto. Sin palabras.
Pues nadie sabe nada de la tierra
muda y fecunda que, en silencio, brota,
y nadie sabe nada de las flores
ni de los frutos ebrios de dulzura.

Mira la llamarada de los árboles
irguiéndose en lo azul. Contempla, toca
la piedra inmóvil de alma intraducible
y el agua sin contornos que camina
por sus trazados cauces ignorándolos.
Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
Pues nadie sabe nada de los árboles
ni de la piedra ni del agua en fuga.

Mira las aves, altas, desprendidas,
rayando el sol a golpe de sus alas.
Toma del aire el trino y el gorjeo,
pero no quieras traducir su ritmo,
pues nadie sabe nada de los pájaros.
Mira la estrella. Vuela hasta su altura.
Toma su luz y enciéndete la frente,
pero no inquieras su remoto arcano
pues nadie sabe nada de la estrella.

Besa los labios y los ojos. Goza
la carne del amante sazonada
secretamente para ti. Acomete
con decisión humilde la tarea
del imperioso instinto. Crece y ama.
Mas nada digas del tremendo rito
pues nadie sabe nada de los besos,
ni del amor ni del placer ni entiende
la ruda sacudida que nos pone
el hijo concluido entre los brazos.

Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
Cierra las fauces del dolor oscuro,
pues nadie sabe nada de las lágrimas.

Vete a hurtadillas con discreto paso.
Traspasa quedamente la frontera,
pues nadie sabe nada de la muerte.

Ángela Figuera Aymerich



No sé cómo ha ocurrido. está todo tan malo,
como suele decirse. Me he quedado muy pobre.

No tengo ni un jilguero ni una estatua.
No tengo ni una piedra para tirarla al mar.
No tengo ni una nube que me llueva por dentro.
Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

No tengo ni una mata de tomillo
para tender el pañuelo.

(Verdad es que tampoco tengo pañuelo.
Se nota cuando lloro y mis lágrimas corren como ríos de lágrimas.)

No tengo ni una tira de tafetán rosado
para tapar las grietas del corazón. No tengo
ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.

Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.
Ni un pedazo de Dios que me cubra las carnes.

Me he quedado tan pobre
que no tengo suquiera dónde caerme viva.

Ángela Figuera Aymerich


TRISTEZA


Salí a hacerme una casa con tu madera pura
Pablo Neruda

No quise nada malo. Solamente
construirme una casa.

Con la madera pura y olorosa
de los ásperos pinos,
de los dulces castaños,
de los robles tenaces que mi España sustenta.

Una casa para mí
sobre la dura tierra de mi patria
taraceada de huesos anteriores
al calor de mi sangre.

Una casa cuadrada, inocente,
con las paredes lisas bañadas
en cal blanca y apacible
como la leche materna
con un rojo tejado jubiloso
y un alero propicio
para los nidos de las golondrinas
y la sombra violeta de los sueños.

Unos muros,
unos sencillos muros nada más
haciendo soledad para mi alma,
cercándome el anhelo de los ojos.

Contra el terror estúpido de las noches,
contra la vergüenza de los días demasiado brillantes,
un fiel caparazón de cal y canto.

Una fresca penumbra
con un clavo en espera paciente
donde colgar las ropas sudadas
y el cansancio de las horas larguísimas.

Un rincón sin testigo
para esconder esas lágrimas sucias
que se lloran en los atardeceres.

Una alcoba caliente y profunda
para el sueño, para el amor, para el parto.
Para el instante impuro de esa muerte
desesperadamente mía.

Quería eso tan sólo. Salí a hacer una casa
cuando iba a amanecer y el cielo era bondadoso.
Pero todos se echaron sobre mí. Vete, perro,
que la tierra no es tuya.
Ni la piedra ni el árbol ni la sombra ni el aire.

Salí a hacer una casa. Y aquí me tenéis, hijos.
apaleado y desnudo.
Con mi corazón crédulo mojado por la lluvia.

Pintura de María Cristina Faleroni Christensen












Tras de tu ensueño quieres esconderte
haciéndote agorero de lo oscuro.
Tu labio es joven, tu decir maduro;
pero es la vida un vino rojo y fuerte.

Has de beberlo al fin o has de perderte;
y has de pisar sin miedo barro impuro
o, cuando creas verte más seguro,
te asombrará el tamaño de tu muerte.

Hombre serás si habitas con los hombres.
Ven a llamar las cosas por sus nombres;
no estés en soledad; entra en el coro.

Pon tierra, llanto y sangre en tu poesía;
rima tu canto con la luz del día
y se alzará más bello y más sonoro.
































Inhibición


No quiero irme viviendo, irme muriendo
en este remolino de los días,
ciegos de prisa, locos enredados,
mordiéndose las colas, resbalándose
por rotas espirales de impaciencia.

No quiero irme -¿adónde?- con el río
indócil, desbridado, de aguas negras
que huyen acongojadas
-¿de qué?, ¿de quién?- llevando peces muertos
en el espeso légamo del fondo
y un crepitar de estrellas degolladas
sobre la superficie.

Me quedaré en la orilla, aunque me toque
las sienes duras, frías como piedras,
dejadas en la noche junto al agua.
Los dedos como juncos sumergidos
batidos sin cesar por la corriente.
y el corazón ruinoso, embarrancado
como una vieja barca sin velamen.


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Jesús de Nazaret
(Dios hijo)
Cielo

Perdona que te escriba. De seguro
no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.
Segundo López Sánchez, carpintero,
casado, con mujer y cinco hijos.
Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)
Soy uno de tus pobres. Pero ocurre
que ya no tengo fuerzas ni paciencia.
Señor; mejor que bajes y lo veas.
Yo soy de pocas letras, mas decían
que fuiste del oficio cuando mozo.
No sé cómo andaría en aquel tiempo
lo de vivir del tajo y ser un pobre,
pero lo que es ahora es un milagro
mayor que el de los panes y los peces
poner algo en la mesa y repartirlo
para que llegue a todos. Haz la prueba.
Ven a carpintear entre nosotros
y vive del jornal. Sudarás sangre
como en el huerto. Y sal por los caminos
y ponte a predicar como solías
contra los fariseos y repite
aquellos de los ricos y la aguja,
y echa a los mercaderes de la iglesia,
y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto
de los prohibidos, y habla del reparto
y di que den lo suyo a quien lo gana.
Si no te crucifican como entonces
es porque ahora, apenas se abre el pico
te hacen callar. Bonita está la cosa.
Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.
Que no digan ni Cristo lo remedia.
Que no somos tan malos como dicen.
Pero es ya mucho machacar el hierro.
Luego se pone al rojo y se arma una,
y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.
De obrero a obrero te lo pido y firmo:
tu humilde servidor,
Segundo López


Ángeles de Gerardo
Y los ángeles de la guarda
en el pico traían las estampas.

Ángeles tuyos, gerardo,
por vientos y nubes blancas
de un mundo inventado adrede
dibujan las coordenadas.
Ángeles de X a Z
tejiendo raras guirnaldas
-azucenas en camisa,
rosas desencadenadas-.
Ángeles que van y vienen
rizando curvas distancias
desde tu frente a mi frente,
desde tu voz a mis pausas;
de tu Santander vecino
a mi Bilbao de Vizcaya;
de tus pinares del Júcar
a mi pinar de Berlanga
-sansebastianes barrocos
con tus saetas clavadas;
cristos de costado abierto
al golpe de mi lanzada-.
Arcángeles goteantes
de Compostela del Agua
llorando musgo dormido
por sus cabelleras lacias.
Ángeles de Soria fría
con alas de granizada
pescando en el viejo Duero
palabras de amor, palabras.
Ángeles del redondel
con taleguilla bordada
-en una mano la suerte
y la muerte en la otra palma-
y un ramo de banderillas
abanicando su espalda.
Arcángeles mecanógrafos
que en tus estrellas abstractas
teclean décimas justas
y liras equilibradas.
Ángeles de tus sonetos
-catorce golpes de ala-
ciñendo el ciprés de Silos
con espirales exactas;
llevándome -palma y prisma-
a la Giralda en volandas.
Ángeles, ángeles, ángeles
de tu verso y de tu guarda.
Todos llevan, todos traen,
en el pico, las estampas.
verbo nº 19-20, oct. dic. 1950, Alicante.
(Homenaje a Gerardo Diego)
Ángela Figuera Aymerich

3 comentarios:

  1. una mujer como pocas que denunciaron la cruel guerra civil. y a todas las demas mujeres que lucharon y callaron su silencio.

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  2. No la conocía y me ha encantado lo que he leído.Es unna lástima que tantos y tantos buenos poetas , sus obras que tanto trasmiten y tanto pueden enseñarlos, queden en el olvido.

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  3. Gracias por sacar a la luz una poetisa; pues de poetas inolvidables e imprescindibles (al igual que Ella) está la cultura llena.

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