Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le tocó vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, Calderón de la Barca sintetiza el magnífico pero también contradictorio siglo XVII, el más complicado de la historia española. Testigo de tres reinados (el de Felipe III, el de Felipe IV y el de Carlos II) vivió la Europa del pacifismo, la Europa de la Guerra de los Treinta Años y la del nuevo orden internacional, simultáneo al lento declinar de la monarquía. Es decir, el Siglo de Oro de las letras y las artes que fue también el siglo de barro y de crisis que habría de definir después Ortega y Gasset como el del aislamiento o tibetanización de España.
Descendiente de una mediana hidalguía de burócratas, Calderón conjugó el vitalismo popular con la matemática depurada y exacta de la clase oficial de la que fue cronista e intérprete y, a su modo, también conciencia crítica. Se educó en ese pensamiento oficial, pasó por la carrera militar y recaló en el estado eclesiástico, aunque su biografía (más discreta, menos volcada a la extroversión íntima de Lope) revela también actitudes nada condescendientes, a veces, con su contexto histórico y vital. Pero sobre todo, revela al humanista tardío y al enciclopédico preilustrado que alcanzó a conocer aún el lejano magisterio de Cervantes, que convivió con Velázquez (convirtiendo muchas veces en teatro lo que éste retrató) y que fue contemporáneo, entre otros, de Góngora, Quevedo, Gracián, Kepler, Monteverdi, Hobbes, Pascal, Descartes, Espinoza, Hobbes y Locke.
Calderón nace en Madrid, el 17 de enero del año 1600. La primera etapa de su vida (hasta 1620), coincide con la última parte del reinado de Felipe III y de la privanza del Duque de Lerma. La muerte prematura de su madre en 1610 y el sentido autoritario de su padre, que dispone férreamente el destino y oficio de sus hijos, y muere en 1615, hacen que Calderón crezca profundamente influido por la complicidad familiar de sus hermanos Diego y José, pero, sobre todo, por su fundamental estancia en el Colegio Imperial de los Jesuitas (1608-1613) y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá y de Salamanca, en la que permanece hasta 1615. La lógica, el teatro y la persuasión retórica a él inherente, la escolástica, el agustinismo preexistencialista, la historia profana y canónica, el derecho natural y político fueron el bagaje intelectual con el que se enfrentó a la creación literaria (en la que probó suerte primero como poeta de certámenes y justas) y a la fascinación que debió producirle la comedia nueva de Lope que por entonces triunfaba en los corrales madrileños del Príncipe y de la Cruz.
La llegada al trono de Felipe IV y el ascenso del valido Conde Duque de Olivares en 1621 supone la llegada de una nueva época que persiguió, frente al pacifismo de Lerma, la recuperación de una política agresiva que insiste en la afirmación de España como potencia. Este período de reformismo interior y de deseo de independencia frente a la hegemonía del pensamiento burgués del norte de Europa, que habría de culminar hacia 1640, supone también el del imparable ascenso creativo de Calderón, la definitiva superación de la generación lopista y su consagración en el orden artístico y social.
Escribe comedias cortesanas como Amor, honor y poder (su primera obra de éxito, estrenada en 1623 con motivo de la visita a Madrid de Carlos, el Príncipe de Gales); comedias de enredo o de capa y espada como La dama duende o Casa con dos puertas; dramas de celebración oficialista como El sitio de Bredá (que a su vez inmortalizará Velázquez en Las lanzas); tragedias como El príncipe constante; o de personajes de exaltado individualismo como Luis Pérez el Gallego y La devoción de la cruz. Entre 1630 y 1640 Calderón se convierte ya en un clásico de su tiempo. Es la década prodigiosa de El Tuzaní de las Alpujarras, que cuenta la épica sublevación de los moriscos frente al absolutismo militar de Felipe II; la década de las grandes tragedias bíblicas como Los cabellos de Absalón, y del honor como El médico de su honra o El pintor de su deshonra.
Es también la década en que el debate entre individuo y poder, honor estamental y virtud personal alcanzan la perfección del canon en El alcalde de Zalamea. La década en la que una gran parábola de la ambición del conocimiento y del amor se ofrece envuelta en El mágico prodigioso en la fantasía de una comedia de santos. La obra cumbre de este período (quizá de toda su dramaturgia) es La vida es sueño excepcional drama sobre la libertad del hombre y los límites impuestos por la ética social o la razón de estado.
Al mismo tiempo, durante esta etapa Calderón, de la mano de Olivares, entra en palacio para producir sus primeras obras cortesanas y dirigir las representaciones teatrales. Ya en 1634 el dramaturgo escribe el auto sacramental El nuevo Palacio del Retiro, con seguridad encargo expreso del Valido para rememorar la edificación del emblemático Real Sitio del poder, donde comenzarán a representarse espectáculos de gran alcance escenográfico y coral como El mayor encanto Amor. Tales servicios al rey se verán recompensados en 1636 cuando reciba de Felipe IV el hábito de Caballero de la Orden de Santiago.
A esta década de plenitud creativa, sucede la crisis. El prestigio de la unión de Reinos, Estados y Señoríos que deseó Felipe IV se viene abajo mientras la monarquía hispánica es incapaz de mantener la cohesión interior. Desde 1640 será imparable la rebelión de Cataluña, Portugal, Aragón o Andalucía. En 1643 cesará como Valido el Conde Duque de Olivares. La paz de Westfalia de 1648 marca la independencia de Flandes y un nuevo orden europeo del que España será progresivamente marginada. Calderón participa como coracero en la guerra con Cataluña hasta 1642, ve morir en la misma, en 1645, a su hermano José, prestigioso militar. También morirá su hermano Diego dos años después. Es la época (quizá hacia 1646) en que nacerá su hijo natural Pedro José. Crisis pues exterior e interior que se refleja asimismo en un significativo cambio de su carrera dramática. Y es que las muertes de la reina Isabel de Borbón y del príncipe Baltasar Carlos y la intolerancia de los moralistas imponen en 1644 el cierre de los teatros públicos durante cinco años. El dramaturgo se queda, al menos provisionalmente, sin espacio para el oficio en el que había adquirido fama y prestigio.
Aunque en 1649 se reabren los teatros, Calderón ha sufrido una crisis tanto espiritual como profesional. La resolución de convertirse en secretario del Duque de Alba durante unos años y la de ordenarse sacerdote en 1651 no pueden separarse tanto de su abatimiento personal como de su necesidad de seguir contando con ingresos económicos en su carrera de dramaturgo. En 1650 Felipe IV se casa con Mariana de Austria y en 1652 se logra la paz con Cataluña. Pero el hundimiento español se confirmará con la Paz de los Pirineos de 1659 y con el auge de Inglaterra que, bajo Cromwell, va a minar progresivamente el horizonte de expansión comercial y naval de España. Calderón, que desde 1653 ocupa la Capellanía de la Catedral de los Reyes Nuevos de Toledo, se sabe en otra etapa creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Sigue fiel a dos espacios escenográficos y políticos: la celebración regia en el Palacio del Buen Retiro y la fiesta teológica del Corpus en los autos sacramentales, adentrándose así en la última y dilatada etapa de su producción dramática, para la que va a contar con medios excepcionales que hoy podrían calificarse de verdadera vanguardia teatral.
Calderón compone, ya entre 1630 y 1640 los primeros y espléndidos autos sacramentales, de raíz más ética que cristiana como El gran teatro del mundo o La cena del rey Baltasar. A partir de la crisis de 1648 y, sobre todo, tras su regreso, después de su estancia en Toledo, a Madrid en 1663 donde viviría en la calle Platerías hasta su muerte, Calderón detentará en exclusiva la escritura de estas piezas de teatro sacro en la que con el enorme aparato escenográfico de los carros se escenifica de manera grandiosa pero didáctica losmisterios de la fe y la proclamación del dogma de la Eucaristía.
El Rey, la nobleza civil y eclesiástica contemplan estos dramas, punto culminante de una dramaturgia en la que convergen la suma de toda las artes, desde la música hasta la brillante disposición visual de tramoyas y apariencias. Los personajes alegóricos pueblan el tablado en representaciones que si por un lado reflejan el pensamiento ortodoxo del momento frente a la herejía, por otra documentan que Calderón fue también víctima de la intolerancia del momento, pues al intentar representar en el auto Las pruebas del segundo Adán la absurda imposición de las leyes de limpieza de sangre a la figura de Cristo, fue objeto, incluso del acoso del Santo Oficio.
Pero el Corpus era también fiesta y regocijo popular: la solemne procesión de la Custodia y de los carros en los que habrían de representarse los autos se acompañaba de bailes bulliciosos y hasta exóticos, como las danzas de negrillos y de gitanos, a la par que la multitud de visitantes que abarrota Madrid disfruta de la Tarasquilla, un dragón de cartón piedra en el que se rememora el demonio del Leviatán vencido por Cristo. La procesión culmina en la Plaza Mayor, escenario habitual de fiestas, corridas de toros y juegos de cañas en las que se entretenían la nobleza y el pueblo llano. El propio Calderón escribirá muchas piezas breves, entremeses y mojigangas, que suponen un aspecto carnavalesco e irreverente frente a la seriedad teológica de los autos.
Al mismo tiempo Calderón es el autor que con más asiduidad escribirá espectaculares obras, casi siempre basadas en fábulas mitológicas, para el Palacio del Buen Retiro, tanto en diversas estancias reales como en sus jardines y estanque. A partir de 1640, además, se construye un gran Coliseo. Allí la música y el canto, las primeras zarzuelas y óperas del teatro español se ponen en escena con toda la magnificencia vanguardista aportada por escenógrafos italianos como Cosme Lotti y Baccio del Bianco. Son obras como La púrpura de la rosa, La fiera, el rayo y la piedra o Las fortunas de Andrómeda y Perseo, que Calderón continuará escribiendo y vigilando en sus ensayos incluso tras la muerte de Felipe IV en 1665 y la llegada al trono de Carlos II. Con motivo del Carnaval de 1680 Calderón aún compondrá la espléndida comedia Hado y divisa de Leónido y Marfisa.
En mayo de 1681, cuando está acabando de componer los autos destinados al Corpus de ese año, Calderón muere. Es enterrado con todos los honores, y su cadáver, revestido de sus ornamentos sacerdotales y del hábito de la Orden de Santiago, es llevado, de acuerdo con las propias palabras de su testamento, "descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida".
Dramaturgo trágico a la altura de Sófocles o Eurípides en la angustiada perplejidad de los individuos que retrata y a la de Shakespeare en las grietas de humana debilidad que supo mostrar del poder, Calderón representa la cumbre de las artes escénicas de un periodo irrepetible. Su estatua, erigida en 1881 en la Plaza de Santa Ana de Madrid, se levanta frente al Teatro Español, emplazamiento del antiguo Corral del Príncipe. Desde ella, en el cuarto centenario de su nacimiento, reclama la memoria de un tiempo y de una obra que nació bajo el signo de la crisis de la modernidad y que aún mantiene la emocionante y vigorosa contemporaneidad de un clásico.
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A las flores
Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
Calderón de la Barca
La noche
Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores
aquello viven que se duele de ellas.
Flores nocturnas son: aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores,
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.
¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o que mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere?
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores
aquello viven que se duele de ellas.
Flores nocturnas son: aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores,
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.
¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o que mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere?
A San Isidro
Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,
no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,
no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
Cuentan de un sabio, que un día...
Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Calderón de la Barca
De "A secreto agravio, secreta venganza"
Cuando la fama en lenguas dilatada
vuestra rara hermosura encarecía,
por fe os amaba yo, por fe os tenía,
Leonor, dentro del alma idolatrada.
Cuando os mira, suspensa y elevada
el alma que os amaba y os quería,
culpa la imagen de su fantasía
que sois vista mayor que imaginada.
Vos sola a vos podéis acreditaros;
¡dichoso aquel que llega a mereceros,
y más dichoso si acertó a estimaros!
Mas, ¿cómo ha de olvidaros ni ofenderos?
Que quien antes de veros pudo amaros,
mal os podrá olvidar después de veros.
Cuando la fama en lenguas dilatada
vuestra rara hermosura encarecía,
por fe os amaba yo, por fe os tenía,
Leonor, dentro del alma idolatrada.
Cuando os mira, suspensa y elevada
el alma que os amaba y os quería,
culpa la imagen de su fantasía
que sois vista mayor que imaginada.
Vos sola a vos podéis acreditaros;
¡dichoso aquel que llega a mereceros,
y más dichoso si acertó a estimaros!
Mas, ¿cómo ha de olvidaros ni ofenderos?
Que quien antes de veros pudo amaros,
mal os podrá olvidar después de veros.
Calderón de la Barca
De "Antes que todo es mi dama"
Viendo el cabello, a quien la noche puso
en libertad, cuán suelto discurría,
con las nuevas pragmáticas del día
a reducirle Cintia se dispuso.
en libertad, cuán suelto discurría,
con las nuevas pragmáticas del día
a reducirle Cintia se dispuso.
Poco debió al cuidado, poco al uso,
del vulgo tal la hermosa monarquía;
pues no le dio más lustre que tenía,
después lo dócil, que antes lo confuso.
del vulgo tal la hermosa monarquía;
pues no le dio más lustre que tenía,
después lo dócil, que antes lo confuso.
La blanca tez a quien la nieve pura
ya matizó de nácar a la aurora,
de ningún artificio se asegura.
ya matizó de nácar a la aurora,
de ningún artificio se asegura.
Y pues nada el aliño la mejora,
aquella solamente es hermosura
que amanece hermosura a cualquier hora.
aquella solamente es hermosura
que amanece hermosura a cualquier hora.
Calderón de la Barca
De "La vida es sueño"
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca
¿Ves esa rosa que tan bella y pura...?
¿Ves esa rosa que tan bella y pura
amaneció a ser reina de las flores?
Pues aunque armó de espinas sus colores,
defendida vivió, mas no segura.
A tu deidad enigma sea no obscura,
dejándose vencer, porque no ignores
que aunque armes tu hermosura de rigores,
no armarás de imposibles tu hermosura.
Si esa rosa gozarse no dejara,
en el botón donde nació muriera
y en él pompa y fragancia malograra.
rinde, pues, tu hermosura, y considera
cuánto fuera rigor que se ignorara
la edad de tu florida primavera.
Calderón de la Barca
¿Ves esa rosa que tan bella y pura
amaneció a ser reina de las flores?
Pues aunque armó de espinas sus colores,
defendida vivió, mas no segura.
A tu deidad enigma sea no obscura,
dejándose vencer, porque no ignores
que aunque armes tu hermosura de rigores,
no armarás de imposibles tu hermosura.
Si esa rosa gozarse no dejara,
en el botón donde nació muriera
y en él pompa y fragancia malograra.
rinde, pues, tu hermosura, y considera
cuánto fuera rigor que se ignorara
la edad de tu florida primavera.
Calderón de la Barca
Romance amoroso a una dama
¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.
Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.
Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.
Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.
A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.
A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.
Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.
En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.
Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;
que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describrirte.
Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,
así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;
a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;
que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.
Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.
Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.
Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.
Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe
pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.
Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.
Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.
Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.
A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.
A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.
Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.
En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.
Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;
que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describrirte.
Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,
así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;
a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;
que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.
Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.
Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.
Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.
Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe
pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.
Pedro Calderón de la Barca
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